38. Los magos negros


Durante la última hora, los mensajeros habían informado de que los ichanis avanzaban poco a poco hacia el Gremio, destruyendo edificios a su paso. Sonea y Akkarin habían acudido apresuradamente a los voluntarios, quienes habían respondido a su visita rápida con una tolerancia y un valor admirables, y después habían regresado corriendo al Círculo Interno. Durante el trayecto, a Sonea la corroía la impaciencia, pero en cuanto atravesó la puerta secreta del despacho de Lorlen, empezó a desear que el recorrido hubiera sido más largo. De pronto le flaqueaban las rodillas, le temblaban las manos y no podía sacudirse la sensación de que habían olvidado hacer algo.

Akkarin se detuvo un momento para pasear la mirada por el despacho. Suspiró y se despojó de la camisa con un movimiento de hombros. Sonea se quitó el vestido por encima de la cabeza y lo tiró al suelo. Al mirarse, se estremeció. Una túnica completa de mago… de mago negro.

Entonces dirigió la vista a Akkarin. Con la espalda erguida, parecía más alto. Un ligero escalofrío recorrió a Sonea, pues recordó el miedo que antes sentía ante él.

Akkarin se volvió hacia la joven y sonrió.

—Deja de devorarme con los ojos.

—¿Devorarte, yo? —Sonea parpadeó con aire inocente.

La sonrisa de Akkarin se ensanchó y acto seguido se desvaneció. El mago se acercó a Sonea y le sujetó el rostro delicadamente con ambas manos.

—Sonea —empezó a decir—, si no salgo…

Ella le posó un dedo sobre los labios y atrajo su cabeza hacia sí para besarlo. Sus bocas se juntaron con furia, y Akkarin la estrechó entre los brazos.

—Si pudiera enviarte muy lejos, lo haría —aseguró—. Pero sé que te negarías a marcharte. Por favor, no seas impulsiva… Vi morir a la primera mujer que amé, y dudo que pudiera superar una segunda pérdida.

Sonea se quedó sin aliento, sorprendida, pero al instante sonrió.

—Yo también te quiero.

Tras soltar una risita, él la besó de nuevo, pero ambos se quedaron helados ante la súbita irrupción de una voz mental.

¡Vaya, Akkarin! Qué lugar tan bonito tenéis aquí.

Una imagen de las puertas del Gremio, con la universidad al fondo, apareció en la mente de Sonea.

—Están aquí —farfulló Akkarin, y la soltó despacio.

—¿La Arena?

Él negó con la cabeza.

—Sólo como último recurso —con expresión firme y paso decidido, Akkarin atravesó la habitación hacia la puerta.

Sonea echó hacia atrás los hombros, respiró hondo y lo siguió.

—Así que por fin han llegado —murmuró Balkan.

Rothen contempló la ciudad. El sol del atardecer proyectaba largas sombras sobre las calles. De pronto, tres hombres doblaron una esquina y se encaminaron hacia las puertas del Gremio.

—¿Qué planeaban hacer Akkarin y Sonea cuando los ichanis se enterasen de que estaban aquí, Dorrien? —preguntó Balkan.

—No lo sé. No hablaron de ello delante de mí.

Balkan asintió.

—Entonces ha llegado el momento de que nos vayamos.

Sin embargo, no se movió, y tampoco Rothen ni Dorrien. Se quedaron de pie, observando a los tres ichanis atravesar las puertas y dirigirse a grandes zancadas a la universidad.

Entonces, de más abajo, llegó un ruido metálico sordo.

—¿Qué ha sido eso? —exclamó Dorrien.

Se inclinaron sobre la fachada para mirar abajo. Rothen contuvo la respiración al ver a ambos en la escalera.

—¡Sonea y Akkarin!

—Han cerrado las puertas de la universidad —dijo Balkan.

Rothen se estremeció. Hacía siglos que no se cerraban las puertas de la universidad.

—¿Los llamamos para avisarles que estamos aquí? —preguntó Dorrien en voz baja.

—Saber que los dos estáis aquí mirando podría distraer a Sonea —advirtió Balkan.

—Pero ahora puedo utilizar mis poderes para ayudarles.

—Yo también —añadió Rothen.

Dorrien se volvió hacia él, sorprendido, y sonrió. Balkan, en cambio, frunció el entrecejo.

—Me gustaría transmitir el combate al resto del Gremio.

—Dorrien y yo permaneceremos ocultos hasta que se nos presente la oportunidad de ayudar —propuso Rothen.

Balkan se mostró conforme.

—Muy bien. Pero procurad elegir el momento oportuno.

Unas franjas de luz dorada surcaban el bosque que rodeaba el Gremio. Se oían crujir ramitas bajo los pies de Gol con tanta frecuencia que Cery empezó a preguntarse si las pisaba a propósito para intentar llamar la atención. Se volvió hacia atrás y no pudo evitar sonreír al ver la cara al hombretón.

—Tranquilo —dijo Cery—. Ya he estado aquí antes. Seguro que podremos observar sin ser vistos.

Gol asintió y siguieron adelante. En cuanto avistaron los edificios a través de los árboles, Cery apretó el paso. Gol se quedó un poco rezagado.

De pronto, Cery vio una figura agazapada junto a un tronco a la orilla del bosque. Se detuvo e hizo señas a Gol de que se quedara donde estaba y no hiciera ruido.

Por el modo en que Savara se asomaba con cautela por detrás del árbol, Cery supo que le preocupaba mucho que la descubrieran. «Demasiado tarde», pensó. Se le acercó sigilosamente. Cuando se hallaba a pocos pasos de ella, se enderezó y cruzó los brazos.

—Por lo visto no dejamos de encontrarnos por todas partes, ¿verdad? —comentó.

Fue gratificante verla dar un respingo. Cuando se percató de que era él, Savara suspiró aliviada.

—Cery —movió la cabeza en señal de desaprobación—. No es buena idea pegar un susto a un mago.

—¿Ah, no?

—No.

—¿Has venido a ver el espectáculo?

Savara esbozó apenas una sonrisa.

—Así es. ¿Me acompañas?

Cery asintió. Acto seguido, con un ademán indicó a Gol que se acercara y se puso en cuclillas frente a otro árbol. Al ver qué había al otro lado, se le partió el alma.

Las puertas de la universidad estaban cerradas, y Sonea y Akkarin se encontraban de pie en los escalones. Los tres ichanis, a menos de cien pasos de ellos, avanzaban con aire resuelto.

—Tus amigos y tú habéis hecho bien las cosas —musitó Savara—, si esos son los únicos aliados de Kariko que quedan… Tal vez tengáis una posibilidad de ganar, después de todo.

Cery le dedicó una sonrisa sombría.

—Tal vez. Habrá que esperar a ver qué pasa.

Sonea parpadeó cuando una imagen de ella y de Akkarin, vistos desde arriba, irrumpió en su mente. A juzgar por el ángulo de la visión, el observador debía de estar detrás de ellos, en lo alto de la universidad. Percibió la presencia de Balkan, pero sin pensamientos ni emociones.

Si podemos percibir esto, los ichanis también.

—respondió Akkarin—.Bloquea las imágenes, o te distraerán.

Pero nos pondrán sobre aviso de cualquier mala jugada que intenten gastarnos los ichanis.

También delatarán las que intentemos gastarles nosotros.

Ah. ¿Pedirás a Balkan que deje de enviar las imágenes?

No. El Gremio debe ver esto. Así podría enterarse de…

—Akkarin —la voz de Kariko resonó a través de los jardines.

—Kariko —respondió Akkarin.

—Veo que has traído contigo a tu aprendiz. ¿Tienes la intención de entregárnosla a cambio de que respetemos tu vida?

A Sonea se le erizó el vello de la piel cuando el ichani la miró. Le devolvió la mirada, y él sonrió con malicia.

—Podría plantearme la posibilidad de llevármela —prosiguió Kariko—. Nunca compartí el gusto de mi hermano por los esclavos, pero al menos aprendí de él que los magos del Gremio pueden resultar sorprendentemente divertidos.

Akkarin empezó a bajar los escalones, despacio. Sonea lo siguió, procurando permanecer dentro del escudo mágico conjunto.

—Dakova se equivocó al quedarse conmigo —dijo Akkarin—. Bueno, lo cierto es que siempre cometía errores estúpidos. Me cuesta entender que un hombre tan poderoso fuese tan negado para la política o la estrategia, pero, claro, era ichani… y por eso hubo de quedarse conmigo.

Kariko entornó los ojos.

—¿Y quién eres tú para dar lecciones? Si eres un estratega tan consumado, ¿qué haces aquí? Sin duda sabes que no podéis ganar.

—¿Ah, no? Mira alrededor, Kariko. ¿Dónde están tus aliados?

Cuando Akkarin y Sonea llegaron al pie de la escalinata, Kariko se detuvo. Estaba a unos veinte pasos.

—Muertos, supongo. Y los habéis matado vosotros.

—A algunos.

—Entonces debéis de estar agotados —Kariko se volvió hacia los otros ichanis antes de fijar la mirada de nuevo en Akkarin—. Qué remate tan apropiado para nuestra conquista. Vengaré la muerte de mi hermano, y al mismo tiempo Sachaka por fin se tomará la revancha por lo que tu Gremio hizo a nuestro país.

Levantó una mano y los otros ichanis lo imitaron. Los azotes salieron despedidos hacia Sonea y Akkarin. Ella notó que la magia golpeaba su escudo con más fuerza que cualquiera de los azotes que había recibido con anterioridad. Akkarin contraatacó con un trío de azotes, pero los tres se curvaron para unirse y embestir a Kariko.

Siguió más fuego cruzado, y el aire vibró, cargado de energía. Como Akkarin continuaba acometiendo a Kariko y haciendo caso omiso de los otros ichanis, el jefe arrugó el ceño. Dijo algo a sus lacayos, y estos se acercaron entre sí y solo dejaron un pequeño espacio entre sus escudos.

Ataca a Kariko por debajo, indicó Akkarin.

Mientras Sonea lanzaba un azote de calor a través del suelo, Akkarin enviaba otros que se abatían sobre Kariko desde arriba. Los demás ichanis movieron sus escudos para parar los azotes de Akkarin justo cuando empezaba a salir humo de debajo de los pies de Kariko.

Este bajó la vista y murmuró algo. Sus compañeros redoblaron la intensidad de su ataque.

No dejes de azotar a Kariko desde todas direcciones.

Kariko pareció resignarse a ser el blanco principal. Concentró sus fuerzas en su escudo, mientras los demás atacaban. Sonea contuvo una sonrisa cuando se percató de que aquello suponía una ventaja para Akkarin y para ella. Se gastaba más energía al mantener un escudo, por lo que Kariko se cansaría antes.

Daba la impresión de que continuarían lanzándose azotes unos a otros hasta que uno de los bandos se debilitase al fin. De pronto, el suelo se estremeció violentamente. Sonea se tambaleó y sintió que una mano la agarraba del brazo. Vio que un agujero oscuro se abría bajo sus pies cuando bajó la mirada, y notó que se formaba un disco de energía.

Mantén el escudo.

Ella hizo un esfuerzo por devolver su atención a la barrera para encajar todos los impactos de los ichanis, de manera que Akkarin pudiera concentrarse en la levitación. El aire se llenó de hierba, tierra y azotes. Los dos se desplazaron hacia atrás, por obra de Akkarin, pero la parte del suelo que se movía los siguió. Por entre la nube de polvo, Sonea vio que los ichanis avanzaban hacia ellos a través del suelo agitado.

Akkarin arrojó una docena de azotes a los ichanis. Al mismo tiempo, otra docena más débil surcó el aire en dirección a ellos desde las puertas. Los sachakanos se volvieron hacia allí.

Sonea soltó un grito ahogado al ver la figura que se había detenido delante de las puertas. La túnica azul ondeó en torno al hombre cuando echó a andar hacia ellos.

—¡Lorlen! —exclamó Sonea. Pero ¿cómo era posible? Lorlen había muerto. ¿O no…?

Kariko lanzó una descarga de energía hacia el administrador. El destello lo atravesó e impactó en las puertas. Los barrotes de metal saltaron en pedazos candentes que cayeron a la calle, al otro lado.

Lorlen había desaparecido. Sonea pestañeó. Había sido una ilusión. Al oír una risita, alzó la vista hacia Akkarin, que sonreía con tristeza. Ni Kariko ni sus lacayos parecían muy impresionados, y reanudaron su ataque con mayor ferocidad.

Akkarin hizo caer una lluvia de azotes sobre Kariko, poniendo a prueba su escudo. El ichani respondió con descargas potentes. Akkarin lanzó una red de azotes de calor que se curvó para golpear a Kariko por todos los flancos, como había hecho Sonea en el último asalto de su desafío contra Regin. La chica frunció el ceño al acordarse de aquel combate. En el segundo, Regin había ahorrado energía al crear un escudo solo cuando recibía un impacto. ¿Podría hacer ella lo mismo? Requería concentración…

Esforzó su voluntad y perfeccionó su escudo, debilitándolo por detrás y por arriba, aunque lo mínimo para poder reforzarlo rápidamente si hacía falta.

Ten cuidado, Sonea.

Observó con atención a los ichanis, lista para reaccionar si alguno de sus azotes se desviaba.

—¡MIRA HACIA LAS PUERTAS!

La voz procedía de lo alto de la universidad. Cuando Sonea alzó la mirada, divisó a Balkan en la azotea del edificio; apuntaba a las puertas con el dedo. Ella se volvió de inmediato y dio un paso hacia atrás por instinto al ver unos objetos puntiagudos y torcidos que volaban hacia ella; eran los restos de las puertas. Chocaron contra su escudo con gran estrépito y cayeron al suelo.

A mi señal, dirígete a la Arena. Yo los entretendré mientras tú absorbes la energía… Espera… Sonea se volvió hacia Akkarin y vio que entrecerraba los ojos en un gesto de concentración.

Los ichanis se están debilitando, envió Akkarin.

Sonea miró a los ichanis. Kariko estaba erguido, sonriente. Los otros dos no parecían menos seguros de sí mismos, pero ella notó que los impactos contra su escudo eran menos potentes.

Akkarin dio un paso al frente, y luego otro. El rostro de Kariko se ensombreció. Sonea siguió a Akkarin en su avance hacia ellos. Comenzó a lanzar azotes a los ichani, y sintió una oleada de satisfacción al ver que reculaban.

De pronto, cuando notó que pisaba tierra blanda, la asaltó un pensamiento. Intentó desterrarlo de su mente, pero volvió a acosarla.

Azote mental. Bloquéalo.

¿Cómo?

Como

Sonea sintió una punzada en un lado de la pantorrilla. Trastabilló y oyó que a Akkarin se le cortaba el aliento. Al bajar la mirada, vio que la pernera de su túnica se abría para revelar un tajo largo. Akkarin la asió del brazo.

Sin embargo, en vez de ayudarla a tenerse en pie, la arrastró hacia el suelo con todo su peso. Sonea cayó de rodillas, se volvió hacia Akkarin y se le heló el corazón.

Estaba agachado junto a ella, con el rostro blanco y crispado de dolor. Algo de color rojo intenso atrajo su mirada hacia una mano de Akkarin, que aferraba el mango brillante de un cuchillo sachakano.

Tenía el puñal clavado en el pecho.

—¡Akkarin!

Él se desplomó a su lado y quedó tendido boca arriba. Sonea se inclinó sobre él, con sus manos revoloteando en torno al cuchillo, intentando decidir qué hacer. «Tengo que sanarlo —pensó—. Pero ¿por dónde empiezo?»

Trató de desasirle los dedos del mango. Él lo soltó y la agarró por las muñecas.

—Aún no —gimió.

Sus ojos reflejaban un gran sufrimiento. Sonea intentó liberarse, pero la sujetaba con fuerza.

Entonces una risotada cruel y desprovista de humor rompió el silencio.

—Vaya, así que es ahí donde me había dejado el cuchillo —se mofó Kariko—. Qué detalle que lo hayas encontrado.

De pronto Sonea entendió lo que había ocurrido. Kariko había dejado caer el cuchillo dentro de la tierra agitada. Cuando el escudo de Sonea y Akkarin había pasado por encima del arma, el ichani lo había impulsado hacia arriba. Era una trampa. Una estratagema. Algo no muy distinto de lo que ella había hecho para colarse en el escudo de la asesina.

Había dado resultado.

—Sonea —musitó Akkarin. Fijó la vista en un punto situado detrás de ella, y la joven vio la universidad reflejada en sus ojos.

De arriba le llegaron unos gritos. Destellos de magia iluminaban el rostro a Akkarin, pero Sonea no conseguía reunir el valor suficiente para apartar la mirada.

—Te sanaré —forcejeó para soltarse las muñecas.

—No —Akkarin la apretó aún con más fuerza—. Si lo haces, podríamos perder. Combátelos primero. Ya me sanarás después. De momento, puedo aguantar.

A Sonea se le hizo un nudo en la garganta.

—Pero ¿y si…?

—Moriremos de todos modos —la interrumpió Akkarin con voz firme—. Te enviaré mi energía. Debes luchar. Levanta la mirada, Sonea.

Ella obedeció y le pareció que el corazón dejaba de latirle. Kariko se encontraba a menos de diez pasos. Estaba contemplando la universidad, de la que le llovían azotes. Al mirar hacia arriba, la joven vio dos rostros conocidos junto al de Balkan.

—Ni siquiera te estás protegiendo con un escudo, Sonea —susurró Akkarin.

Un escalofrío recorrió la espalda de Sonea. De no ser por los ataques de Rothen y Dorrien, tanto ella como Akkarin estarían…

—Absorbe mi energía. Lánzale azotes mientras esté distraído. No permitas que todo aquello que hemos hecho y por lo que hemos sufrido sea en vano.

Ella asintió. Cuando los azotes procedentes de la universidad amainaron, respiró hondo. No había tiempo para planear tácticas complicadas. Así pues, debía ejecutar una acción directa. Cerró los ojos, e hizo acopio de toda su energía y de toda su rabia hacia Kariko por lo que les había hecho a Akkarin y a Imardin. Sintió que la energía que Akkarin le había cedido se aunaba con la suya.

Entonces, abrió los ojos y lo lanzó todo contra Kariko y sus aliados.

El jefe de los ichanis se tambaleó hacia atrás. Su escudo resistió durante un momento, y después su boca se abrió en un alarido silencioso cuando el azote de calor le abrasó todo el cuerpo. El lacayo que tenía a su lado retrocedió, pero solo consiguió dar unos pasos antes de que la magia de Sonea destrozara su escudo y lo quemara de arriba abajo. La invadió un sentimiento de triunfo. El último ichani resistía sus embates, y Sonea notó que las fuerzas la abandonaban. Empezó a avanzar, pero la asaltó el miedo. Recibió un último soplo de energía, y la expulsó hacia delante. El ichani abrió los ojos desorbitadamente al ver que su escudo comenzaba a fallarle. Luego, cuando Sonea arrojó la poca magia que le quedaba, el escudo desapareció. El azote de calor arrasó el cuerpo del ichani, que se dobló en dos y cayó al suelo.

Todo quedó en silencio. Sonea contempló los tres cadáveres que yacían frente a la universidad. El cansancio se apoderó de ella. No experimentó una sensación de victoria ni de satisfacción. Simplemente se sentía vacía. Se volvió hacia Akkarin.

Una sonrisa le curvó las comisuras de los labios. Tenía los ojos abiertos, pero fijos en algún lugar que estaba detrás de ella. Cuando Sonea se movió, las manos que le sujetaban las muñecas la soltaron y cayeron.

—No —susurró—. Akkarin —lo tomó de las manos y proyectó su mente hacia su interior. Nada. Ni siquiera el menor atisbo de vida.

Akkarin le había dado demasiada energía.

Se lo había dado todo.

Con manos temblorosas, Sonea le deslizó los dedos sobre el rostro. Se agachó y besó su boca sin vida.

Entonces se acurrucó a su lado y lloró.